sábado, 9 de junio de 2012

El remisero que investigó un crimen de guerra en Malvinas

Los excombatientes platenses rumbo a Monte Longdon, en marzo del 2011.

Es el de un conscripto argentino, herido en las piernas, ejecutado por un paracaidista inglés de un tiro a la cabeza luego de la batalla de Monte Longdon. Junto al Centro de Excombatientes de La Plata, Javier García logró aportar nuevas pistas y testigos e identificó a la víctima casi tres décadas después del hecho. Su gran archivo sobre
el conflicto bélico es fuente de consulta de especialistas.
A 30 años

Treinta años atrás, el 14 de junio de 1982, los disparos cesaban en las islas y terminaba la Guerra de las Malvinas. Tres días antes se había librado la batalla más cruenta, la de Monte Longdon. Se inició en la gélida y lluviosa noche del 11 de junio con el ataque de 600 paracaidistas ingleses que doblaban en número a sus oponentes y eran apoyados por fuego de artillería. Finalizó a las 6:30 de la madrugada después de un combate que incluyó luchas cuerpo a cuerpo con bayoneta calada. El trágico saldo: 29 muertos, 50 heridos y 121 prisioneros del lado argentino. Y 23 muertos y 47 heridos del otro lado. "No podía creer que esos adolescentes disfrazados de soldados nos estuvieran causando tantas bajas", recordó el comandante inglés Julian Thompson.
El peso de ese combate lo llevó el Regimiento de Infantería 7 de La Plata, que perdió a 36 hombres durante del conflicto bélico, la mitad durante esa batalla sangrienta. Ya en una mañana de sol, mientras el grueso de los argentinos retrocedía 5 km hacia Wireless Ridge y los que habían sido capturados cavaban fosas o eran obligados a levantar las minas a punta de pistola, al menos uno de los soldados fue ejecutado por un paracaidista inglés. Ocurrió cuando los británicos revisaban una por una las posiciones enemigas donde se ocultaban o resistían los efectivos que no habían logrado retirarse a tiempo y quedaron atrapados detrás de la vanguardia de los boinas rojas.
–En medio de esa confusión, con parte del regimiento replegándose y muchos grupos dispersos, sucedió el crimen que violó la Convención de Ginebra sobre el trato a los prisioneros de guerra. Hay testigos argentinos, hay testigos ingleses –señala Ernesto Alonso, flamante titular de la Comisión Nacional de Excombatientes e integrante del Cecim, el centro que nuclea a los veteranos de La Plata. Aquella madrugada, recibió la orden de abandonar la posición juntos a sus compañeros: quedarse en ese monte era el pasaporte a una muerte segura ante el avance de esos paracaidistas británicos mejor armados, mejor entrenados, mejor alimentados y famosos por su culto al coraje y la violencia extrema.
"¡Mamá! ¡Mamá!"
Tres ingleses reconstruyeron aquel combate en dos libros publicados en los años '90. El primero de ellos, de 1992, fue "Viaje al infierno", de Vincent Bramley, un cabo del Regimiento de Paracaidistas que denunció por primera vez en el Reino Unidos las ejecuciones de soldados argentinos en las islas.
"De pronto, se oyó un grito desgarrador: '¡Mamá! ¡Mamá!'. Después de un disparo, vimos a un argentino cayendo barranca abajo. El oficial al mando se levantó de un salto cuando oyó más gritos y vio como un soldado moría de un tiro en la cabeza. Un grupo se acercó al lugar. Abajo, nuestros compañeros enterraban a unos argentinos 'muertos en combate', a los que habían llevado ahí con ese fin. Quise ver más, pero el capitán Mason nos llamó a Johnny y a mí: 'Dejen eso. El oficial se encargará de estos desgraciados'" –relató Bramley en el capítulo dedicado a Monte Longdon.
"¿Qué hago con éste?"
El segundo libro fue "Muchachos de ojos verdes", del exoficial de inteligencia e historiador militar Adrian Weale y el periodista Christian Jennings, publicado en 1996. Esa investigación fue más allá al identificar al asesino, el corporal (primer rango de suboficial) Gary Sturge.
Esto declaró el capitán Mason: "Sturge estaba temblando, en el borde de la tumba. Pensé que iba a dispararme. Tenía la pistola de un oficial argentino con la que había realizado la ejecución". Los autores agregan que al advertir que el inglés lo iba a asesinar, el soldado le mostró su crucifijo como un último y vano pedido de clemencia.
En 2006 –Hugh Bicheno, historiador y ex miembro del Servicio de Inteligencia Británico M16– aportó otros estremecedores detalles en "Al filo de la navaja, la historia no oficial de la Guerra de Malvinas".
Éste es el tramo central del relato: "Cuando la compañía A trasladaba a los enemigos muertos con ayuda de algunos prisioneros a una fosa común en la ladera norte de la colina, Sturge se apareció con un argentino herido, al que el sargento mayor Munro le había disparado en la pierna poco antes. '¿Qué hago con éste?', preguntó Sturge. 'Póngalo con los otros', replicó Munro, y Sturge le pegó un tiro en la cabeza con una automática calibre 45 que había encontrado en el puesto de mando de Carrizo Salvadores. Los altos mandos de la compañía de apoyo estaban cerca y corrieron a desarmarlo. Cuando Mason le preguntó por qué lo había hecho, Sturge balbuceó que el soldado era un francotirador, por lo que es probable que su mente extenuada lo haya considerado una manera de vengar las muertes de Hope y Jenkins en Wing Forward".
Hasta hace poco no se sabía quién era el soldado ejecutado por Sturge. La investigación de un remisero de La Plata que había leído estas denuncias y luego desarrolló su propia pesquisa logró desenmarañar esta dolorosa historia.
"¿No ves que estamos ganando?"
Javier García tenía 13 años durante esa guerra que lo conmovió. Como tantos otros, cayó en la trampa de una dictadura militar que se montó sobre una causa de impacto emotivo garantizado para intentar perpetuarse en el poder cuando el país empezaba a dar síntomas de querer dejar atrás a ese régimen despótico y cruel. El cerrojo informativo hizo el resto.
–Yo discutía mucho con mi viejo. El me decía que no había forma de derrotarlos y yo le contestaba furioso. "Callate, sos un inglés, ¿no ves que estamos ganando? Miré muchas horas aquel programa de Canal 7 para juntar plata, ese que condujeron Cacho Fontana y Pinky. Y doné... Con el tiempo me di cuenta de cómo fueron las cosas. Y empecé a comprar libros, diarios, revistas sobre la guerra para informarme, para entender. Hacía changas para pagarlas –cuenta del otro lado de la línea desde su casa en La Plata. Su voz suena clara y entusiasta mientras su mujer prepara la cena y sus dos hijos aun no volvieron de trabajar y estudiar. Ahora, a los 42, se gana la vida al volante de un auto, el oficio que siguió al de fletero y al de empleado de YPF hasta su privatización.
Pero mucho antes de saber tanto sobre la guerra, Javier se acercó a los excombatientes platenses nucleados en el Cecim. Con el paso del tiempo se convirtió en colaborador del centro y aquellos muchachos que se jugaron el pellejo en las islas lo adoptaron como uno de los suyos. Y le empezaron a regalar caramañolas, borceguíes, lapiceras, cepillos de dientes y camisetas que habían utilizado en Malvinas, que él colocó en el living detrás de unas vitrinas, orgulloso de su museo. Con cientos de publicaciones argentinas y británicas, la fama de su archivo creció y comenzó a ser consultado por documentalistas, periodistas y cineastas, como los de la película "Iluminados por el fuego", inspirada en el libro del excombatiente Edgardo Esteban.
36 soldados, ocho enigmas
En 2007, mientras Javier miraba en el Cecim el cuadro con las fotos de los 36 caídos del Regimiento de Infantería 7, reparó en el hecho de que en ocho casos no se conocían las circunstancias de sus muertes. Recordó las espeluznantes imágenes de cadáveres de argentinos que había visto en el libro de Bramley y pensó que si lograba saber qué había pasado con esos ocho soldados podría saber quién había sido la víctima del crimen. Así comenzó un largo peregrinaje durante el que visitó a excombatientes, conscriptos, suboficiales y oficiales y familiares y amigos de las víctimas para recabar datos. Compró vía Internet el libro que le faltaba leer, el de Weale y Jennings, y le pidió a un amigo que se lo tradujera. Amplió las fotografías hasta el límite de lo posible y las incorporó a su recorrida, que incluyó visitas a varias localidades del conurbano bonaerense y viajes al interior.
–Me imaginé que todos iban a ser de La Plata. Me equivoqué. Tuve que moverme mucho –dice. Al cabo de dos años ya tenía una idea bien fundamentada sobre siete de esos casos. Y la convicción de que el restante era el soldado que había sido asesinado por Sturge. El cuerpo de ese conscripto aparece en una fotografía publicada en el libro de Bramley, una macabra pila de cadáveres de argentinos. Su rostro exánime de cara al cielo también se observa en otra imagen publicada en Inglaterra que pudo conseguir junto al Cecim. Sturge está detrás, arrodillado y abrazado a otros dos boinas rojas británicos.
Javier llevó todo el material a un grupo de peritos que trabajan en la capital bonaerense, sin mencionar ni una sola de sus conclusiones. Incluyó la foto del conscripto en vida.
–Y sin hablar con ellos, coincidieron con nosotros. Me dijeron que creían, en un 99,9%, que era el mismo chico. Para tener una certeza total quieren ver fotos de mejor definición, así que ya se las pedimos a los ingleses. Pero ahora se me complicó: todos los contactos me cortaron el rostro. Debe ser porque se cumplieron 30 años de la guerra –cuenta.
–¿Le avisaste a la familia del soldado?
–No, me pareció que no correspondía. Hasta donde pude averiguar, no saben nada. Creo que lo mejor es que lo haga el Cecim. Pero los muchachos quieren tener todo 100% confirmado y me parece bien.
Por estos días, un equipo de abogados del centro de ex combatientes valora la información reunida y evalúa los pasos a seguir. Según el historiador Weale, Sturge fue castigado por sus superiores en las islas y enviado de regreso a Inglaterra separado de sus compañeros tras un juicio militar sumario. Y según la legislación británica, no puede ser juzgado dos veces por el mismo hecho.
En 2010, al narrar el caso, el diario "Crítica" afirmó que Scotland Yard concluyó que no había evidencias suficientes para juzgar a Sturge, que fue promovido en dos ocasiones antes de retirarse de la fuerza, como consta en el sitio web de los paracaidistas, en el que también figura su apodo, Lou. Su último empleo conocido es en una empresa de seguridad e instalación de alarmas.

El viaje inolvidable
En 2010 Javier conoció las Malvinas, invitado por sus compañeros del Cecim.
–Fue el viaje de mi vida –dice. Caminó con ellos los más de 10 kilómetros que separan Puerto Argentino de Monte Longdon.
–Es un sendero que te lleva al fin del mundo, todo subida, mucha piedra. Ahí los muchachos tenían sus posiciones. Encontré zapatos, balas, bolsas de dormir, de todo. Y lo más increíble fue que en el aeropuerto me puse a hablar con un excombatiente argentino que me empezó a contar el caso de un soldado que estaba herido en las piernas y como no lo podían trasladar le dijeron que aguantara que buscaban ayuda y volvían para llevarlo. Pero los ingleses tomaron la zona y no pudieron. Estuvo con el chico que nos llevó dos años identificar minutos antes de que lo mataran. En 1993, el cabo Pedemonte había contado el mismo caso al diario "La Nación"–agrega.
–¿Por qué hacés esto?
–Es la pregunta del millón. No sé explicarlo, pero sé lo que siento. Me duele lo que pasó con esos chicos. Me jode que nos acordemos de las Malvinas nada más cada 2 de abril. Te doy un ejemplo de 2011, cuando volví a viajar a las islas. Iba a ir un grupo de acá, de La Plata, un grupo en el que combatieron todos juntos. Cuando me enteré pensé que tenía que ir sí o sí, compartir esa experiencia con ellos. Así que me lo pagué y fui. Dormimos en unas carpas en Monte Longdon, cerca de la olla de Baldini, en la cima. Le dicen así porque ahí estaba la posición del subteniente Baldini, que era el jefe del grupo. Si hay un tipo que respetan es a él, porque murió con el arma en la mano, en combate. Esa noche estábamos con cascos de minero, de esos que tienen linternas y les pedí que las apagaran. Quería saber si se veía algo. Y no se veía nada, pero nada de nada. Y si yo sentí miedo ahí, esa noche de verano en las Malvinas, me imaginé lo que habrán sentido esos mismos tipos en ese mismo monte 30 años atrás, cuando eran unos pibes y se cagaban a tiros y a bayonetazos con soldados profesionales con armas con miras infrarrojas. Me los imaginé escuchando los gritos en inglés de unos tipos que venían a matarlos, tratando de entender qué carajo pasaba, tratando de saber qué carajo hacer para no morir. Y me emocioné, me emocioné mucho. Creo que por eso hago lo que hago, lo que pasó con estos pibes me emociona –responde. Luego hay un silencio de varios segundos en la línea.
Antes de colgar cuenta que intentó contactarse por Facebook con Gary Sturge, el asesino del conscripto según las denuncias inglesas: "Vi su foto, ahora tiene barba. Pero no me aceptó, no me quiso como amigo..."
javier avena javena@rionegro.com.ar
 
Fuente: RIo Negro

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