En la Argentina goza de buena salud la cultura del “atar con alambre” y además, nos mantenemos lejos de los niveles de consumo de los países desarrollados. Quizá por eso no tenemos conciencia sobre determinados problemas que derivan de la generalización de las nuevas tecnologías. Por ejemplo, ¿dónde van a parar las viejas computadoras, los teléfonos celulares, las impresoras y las baterías que se desechan para adquirir nuevos modelos?
Una primera mirada señala que la basura tecnológica que generan los países industrializados tiene sobre todos dos destinos: las costas de China e India. Como podría suponerse es Estados Unidos el primer exportador de estos desperdicios. El problema es que los residuos electrónicos generan contaminación y terminan sufriéndola quienes ni siquiera tuvieron la posibilidad de disfrutar de esos productos.
En forma anual, Estados Unidos desecha millones de aparatos, componentes eléctricos y electrónicos en sitios de la costa china. Allí se levantan los mayores vertederos de esta índole de todo el planeta. Los recicladores electrónicos suelen ser inmigrantes que provienen de las regiones más pobres del país y ya crearon poblaciones a las que incluso se las conoce por su especialidad, por ejemplo “HP Laser Jet Town”.
Estos trabajadores obtienen minúsculos materiales todavía aprovechables con paciencia oriental pero claro, no la pasan nada bien ya que el final del día, como mucho habrán acumulado un dólar y medio. En una de sus faenas, usan ácido nítrico para conseguir diminutas cantidades de oro a partir de los contactos eléctricos. Una lectura optimista los valorará porque en cierto sentido ayudan a disminuir las inmensas proporciones de basura electrónica que se generan pero sucede que mientras llevan adelante su labor, inhalan un cóctel de plomo, cadmio, antimonio, mercurio y cromo, entre otros manjares.
Sabemos que los avances tecnológicos y la dinámica propia de ese mercado, provocan que una computadora de cuatro años de antigüedad hoy se considere “obsoleta” en los países industrializados. Según la propia Agencia de Protección Ambiental de ese país (EPA por sus siglas en inglés) en 1999 “24 millones de computadoras en Estados Unidos se volvieron obsoletas. Sólo 14 por ciento (3,3 millones) fueron recicladas o donadas. El resto, más de 20 millones de estos aparatos, fueron desechadas, incineradas, embarcadas como exportaciones de desechos o temporalmente almacenadas”.
Por lejos, Estados Unidos es el país donde más computadoras se consumen. Para complicar todavía más la situación de países empobrecidos, a los ricos del planeta les sale mucho más barato exportar estos desperdicios que reciclarlos. Un programa piloto de la EPA para recolectar basura electrónica en San José (California) “calculaba que era 10 veces más barato embarcar monitores a China que reciclarlos en Estados Unidos”.
Que la exportación de basura electrónica hacia China, India y Pakistán viole la Convención de Basilea y la Enmienda a la Prohibición de Basilea es un detalle menor para los intereses estadounidenses, como suele suceder en estos casos. La Convención en cuestión entró en vigor en 1992 y precisamente, fue creada para prevenir que los países ricos derivaran sus desechos peligrosos hacia otros países.
El texto también impone a las partes que sean autosuficientes en relación con el manejo de estos residuos. Asimismo, insta a reducir la generación de desechos peligrosos y los movimientos internacionales de esos desperdicios. En 1995, la Enmienda a la Prohibición de Basilea prohibió que los miembros de la OCDE, la Unión Europea y Liechtenstein exporten desechos peligrosos a cualquier otro país. Como adivinará el lector, Estados Unidos es el único país de la OCDE que no ratificó la Convención de Basilea.
De todas formas, el acuerdo prohíbe a los firmantes negociar desechos con los no firmantes. Por ende, China, India y Pakistán tienen prohibido importar desechos peligrosos desde Estados Unidos. Por eso en ocasiones, las compañías exportan su basura disfrazada como caridad bajo la denominación “computadoras para los pobres”, según denunció oportunamente el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
La iniciativa del organismo internacional precisó que “el mundo genera entre 20 y 50 millones de toneladas de basura de equipo eléctrico y electrónico”. No se trata sólo de enormes cantidades de plástico. Los aparatos contienen una compleja mezcla de sustancias “muchas de las cuales son tóxicas y crean una severa contaminación cuando son desechadas”. Entre ellas hay metales pesados, como el mercurio, el plomo, el cadmio y el cromo además de retardadores de fuego bromados.
Por ejemplo, un teléfono celular contiene cientos de componentes, muchos de los cuales están conformados por plomo, mercurio, cadmio y berilio, además de químicos peligrosos como los retardadores de fuego. Según el Programa para el Medio Ambiente de la ONU, en 2005 se desecharon 130 millones de teléfonos celulares en el planeta. Esa es la cara oculta de la “revolución” tecnológica.
¿O habrá que decir involución?
En los emplazamientos chinos e indios que mencionábamos, los primeros estudios hallaron una sopa espeluznante. “Entre los metales pesados tóxicos que se encontraron más seguido en altos niveles en los desperdicios industriales, en el polvo en los talleres y en los ríos, están aquellos que se sabe son ampliamente usados en el sector electrónico”. Entre ellos el plomo, el estaño, el cadmio, el cobre y el antimonio. Otra faceta del abismo que separa a pobres y ricos: unos se envenenan gracias al disfrute de los otros.